La patata se enfrenta a un año difícil. Es un sector que genera más de 20.000 empleos en toda España y que, como es bien sabido, está habituado a sufrir los llamados dientes de sierra. Esto supone una alternancia entre años buenos y malos, lo que genera una alta volatilidad de precios y una gran incertidumbre sobre las rentas del agricultor. En esta campaña hay varios aspectos que la hacen especialmente complicada, algunos de ellos habituales y por tanto, bien conocidos por el sector; aunque su reiteración no implica que se haya conseguido paliarlos.
Por un lado la presencia de patata francesa en el mercado. La llamada patata vieja está haciendo daño a nuestros productores, al entrar a bajo precio, a pesar de que los reducidos rendimientos en el país vecino no han compensado el aumento de su superficie cultivada. En el norte y oeste de Europa el incremento de superficie ha sido de más del 4,6% con respecto a la campaña anterior y del 8,3% sobre la media de los últimos cinco años. Se trata de patata conservada en almacén durante seis meses, de peor calidad que la patata de temporada española. La todavía escasa diferenciación por parte de los consumidores y su menor precio, hacen que ejerza una fuerte presión sobre el producto nacional.
En cuanto a la producción española, las singulares circunstancias climatológicas están produciendo variaciones sustanciales en las fechas de arranque en diferentes regiones, lo que genera un exceso de oferta. En Extremadura, al igual que en Castilla la Mancha y determinadas zonas de Castilla y León, el adelanto del arranque ha conllevado un
Una iniciativa que bien gestionada puede generar importantes beneficios al sector es la creación de una organización interprofesional. Entre otras utilidades, este tipo de organización intrasectorial puede ayudar a compensar el impacto de la patata francesa mediante la diferenciación y promoción de la patata nacional. Hasta la fecha, discrepancias en cuanto a la representatividad han impedido llevar a buen término este proyecto integrador.